La leyenda de Al-Qit by Cesar Vidal

La leyenda de Al-Qit by Cesar Vidal

autor:Cesar Vidal [Vidal, Cesar]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1999-01-01T00:00:00+00:00


La figura de Martin de Vladic se recortaba como una silueta negra contra la claridad que procedía del exterior de la iglesia. Situado a contraluz, no podía distinguir con nitidez las facciones de su rostro, pero me daba la sensación de que, a diferencia de mis captores, estaba invadido por una extraña serenidad.

—Contaré hasta tres —dijo Martin, mientras avanzaba lentamente hasta nosotros⁠— para que tiréis vuestras armas y dejéis salir al muchacho y a la dama. Uno…

Marion de Blackstone y sus dos secuaces intercambiaron una mirada de estupor. Eran tres sujetos vigorosos y bien armados contra un solo caballero. Pensé compungido que había que estar rematadamente loco para pensar que podría vencerlos él solo. Sin mediar palabra entre ellos, Marion dejó caer el puñal en el suelo y, al igual que sus acompañantes, echó mano de su espada.

—… Dos… —siguió contando con una sorprendente calma Martin de Vladic, mientras sus adversarios desenvainaban los aceros.

Cuando llegó al número tres, Marion de Blackstone y sus compinches se lanzaron como un solo hombre sobre Martin de Vladic.

—Señora, rezad si sabéis —dije a Beatriz.

—Así lo haré —respondió la dama, y yo escuché por primera vez una voz que me pareció especialmente hermosa y totalmente fuera de lugar al lado de unos caballeros felones.

El cruzado de barba rubia había lanzado una estocada de fondo contra Martin, pero éste la había esquivado con habilidad desviándose hacia su derecha. Con una agilidad prodigiosa, dejó que su adversario pasara a su lado y le tendió una hábil zancadilla que lo lanzó pesadamente contra el suelo. Luego, girando sobre sus pies, levantó su espada en alto justo a tiempo para impedir que el mandoble del segundo cruzado, el más corpulento, se estrellara contra su cabeza. Entonces, sin bajar el brazo, lo giró hacia la izquierda con vigor y su enemigo, trastabillando, cayó de bruces. Inmediatamente, Martin de Vladic descargó un cintarazo rápido sobre el casco del inclinado guerrero. Sonó un ruido similar al de un campanazo y el hombrón se desplomó sin sentido.

Marion de Blackstone había parecido indeciso tras ver cómo caía el cruzado rubio; pero ahora, al contemplar lo sucedido con el más corpulento, se dirigió hacia Martin con la intención de clavarle la espada en el costado.

—A vuestra derecha, señor —grité.

Martin de Vladic no necesitó mi advertencia para actuar. Con una rapidez felina, se giró hacia la derecha y describió en el aire una media luna de acero que se estrelló contra la espada de Marion. El golpe que asestó a su adversario fue tan fuerte que éste sólo a duras penas logró evitar que el arma saltara de su mano.

Estoy convencido de que Martin podría haberle desarmado con un par de golpes más, pero no lo hizo. Inesperadamente, giró dos veces sobre sí mismo en dirección a la entrada de la iglesia. Entonces, con una rapidez extraordinaria, paró una estocada del cruzado rubio, que se había puesto en pie, realizó una ágil maniobra con el codo y le golpeó en el rostro con el puño de la espada.



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